EDUCACIÓN
ALIMENTARIA: INTRODUCCIÓN.
¿Qué motiva a las personas a interesarse por su
alimentación? Aunque este interés puede generarse a partir de múltiples
factores, por norma general, estas motivaciones
suelen ser:
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La aparición de trastornos, diversas patologías
o enfermedades.
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Preocupación por el aspecto físico.
Se deduce que:
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En el primer caso, se concibe la alimentación
como un factor ligado a la salud, ya que se empiezan a sufrir diversas
consecuencias y comienza a tenerse en cuenta.
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En el segundo caso, continúa sin asociarse la
alimentación como un factor que forma parte de la salud, y por lo tanto el
sujeto solo se preocupa en buscar soluciones por mejorar su aspecto físico,
olvidándose de su salud y pudiendo comprometer la misma.
Se suele recurrir a:
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Especialistas. Al concebirse la anomalía o el
origen del padecimiento como algo asociado a la alimentación, se acude a un
profesional de la salud para tratar el problema.
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Dietas folklóricas o milagrosas, consejos de
personas no cualificadas, fuentes de información no fiables y otras soluciones
rápidas. Al no asociarse el problema del aspecto físico con la salud, no se
tiende a buscar soluciones profesionales, ya que el problema se concibe como
algo personal. Buscar el normopeso es
una motivación de carácter social o cultural.
Hay que tener claro el siguiente
concepto; tanto el exceso como la falta de peso está considerada una enfermedad que puede acarrear diferentes problemas, y
por tanto debe ser tratada como tal. Es por ello que debemos acudir a profesionales.
La educación alimentaria sirve
para concienciarse y saber. Al igual que tenemos en mayor o menor medida
conocimientos a cerca de otros hábitos cotidianos es importante tener una base
en relación a la alimentación, que es un importantísimo factor que contribuye a
la salud. Nos facilita tomar hábitos saludables, y debe ser ante todo una
medida de prevención.
Es importante, por otra
parte, no obsesionarse con ello; tomamos muchas medidas preventivas
saludables a lo largo de nuestro día de manera inconsciente o sistemática: nos
lavamos las manos antes de comer, nos duchamos a diario o nos abrigamos si hace
frío. Son automatismos para los que hemos sido educados y que mejoran la
higiene o previenen enfermedades. La educación alimentaria debería formar
parte de estos hábitos.
He empezado hablando de las
motivaciones. La motivación ideal e
idílica consistiría en que la mayoría de los lectores hubiera llegado hasta
aquí con el objetivo de tomar dichos conocimientos conscientes de que esta
educación sirve para contribuir a su salud, independientemente de sus
circunstancias, pero soy consciente de que la mayor parte se informa bajo
otros estímulos.
Por este motivo, estar educado e
informado en relación a la alimentación no solo puede ayudar a alcanzar el objetivo
del bienestar físico; evita recaídas, mejora la salud evitando malestares y
enfermedades, y se aprende a valorar tu experiencia con profesionales,
indispensables para tratar anomalías alimentarias y educar.
La educación alimentaria es,
por tanto, la piedra angular tanto en un proceso de prevención como en un
proceso de tratamiento.